lunes, 20 de enero de 2014

El monstruo de lengua

Le había visto venir alguna vez, con la lengua danzante como en un tiempo que fue nuestro, Él me hacía cocos con las formas particulares de su pelo, su postura, sus ideas sobre la vida y su gato.
Las bestias de aquel entonces se paseaban por el patio de mi casa, mi casa propia, limpia y llena de dibujos. Las mañanas intactas como cuando no hay tantas ganas de despertar.
Le dije al oído que tenía un antojo serio: Quería robarme su espalda y bautizarla con mi lengua sin color. No le hizo tanta gracia como a mi o por lo menos no me lo hizo saber, no hizo otra cosa que pintarme la cabeza con historias fantásticas, yo le fui enredando hilos y los envolví en una bolsita de tela delicada como mis brazos después de las noches de guerra.
Hubo un momento en el que creí que se había ido, la vida me llevó a la tierra de los gatos; mi camino por el jardín botánico me hacía picar la lengua deseante del sabor de su espalda. Suena más importante de lo que realmente fue, suena más real y menos comprometido con mis historias verdaderas.



Su versión de la vida fue cambiando, como la mía tal vez, las preguntas de la ventana fueron resueltas y mis ideas de la carne a pedazos entre mi boca se hizo tangible.

Le pusimos limón y sabado ésta vez.

No pudo más que seguirme el juego, hacer lo que sabe, jugar a seguirme, hacer lo que sabe. Fijé los ojos en su cuello como queriendo atrapar un pedazo de algo, pedazos como los que me guardo de los monstruos a mi paso, me lo llevé en mis uñas, en los dedos de mis manos, en mis piernas, en el tobillo descubierto a mitad de la noche, Le hurté un pedazo de tiempo y resultó.

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