Al hombre de un solo color (lo cual es fabuloso) le alimento con historias cortas de siempre,
él me llena la boca de lugares que no conozco y yo me saboreo mientras me transformo en un color rojo involuntario,
él se ríe de mi,
me pone tres adjetivos encima: seria, cerrada y de mal humor,
luego dice que no soy lo que soy, pero le gusta,
y yo me sigo saboreando en mi delgada boca.
Hablamos del perdón, del olvido y las historias que trae el amor, casi tan cercanas a la selva que me cuenta, pero menos amables que él.
Mi café se hace limonada y el suyo alcohol, volvemos a la llamada y la memoria de mi nombre.
le saboreo sin malicia ahora a él.
Le pregunto, Misteriosa... ¿como el gato?
Va a seguir siendo el mismo, aunque sea probable que le hagan cortar el cabello.
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