Entonces es casi inmoral abandonar la tristeza de la tarde y dejarme llevar por el gemido de mi compañero de ventana, no es más que un deseo fugaz de la noche que perturba mi cabeza de tanto en tanto.
Y como las brujas de Felipe, me habla su pariente consagrado al amor y me pide un cariñito dibujado en un beso.
Yo le respondo que lo quiero, pero luego olvido su nombre y me quedo con el comedor de su casa donde el vino y su comida me hicieron encontrar con un amante que me habla de animales que comen gente y me pone a prueba con su cabeza rota y desbordada de palabras necias, sucias y deliciosas.
Guardo su olor aunque parezca imposible por mis antecedentes quirúrgicos, le doy la mano para que juegue conmigo y le hago campo a su lengua en mi cerebro para que sea su saliva la que conduzca mis pensamientos rebeldes, embadurnados de pecado, cobijados de familia y puertas abiertas.
recordé mi segunda entrada a este culto a la lengua, he imagino su risa tras la puerta, su risa ansiosa de encontrarme tras esa puerta envenenando a otro.
Me gustó su recuerdo vívido de la noche en que rapto mis ojos y los convirtió en nuestro placer, esta eterna habitación donde las paredes se tapan los ojos.
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Gracias por darle un beso a mi ventana...